domingo, 22 de abril de 2012

Toda clase de pieles

Había una vez, en un lejano reino, un rey y una reina que se habían casado y que estaban muy enamorados. Eran la pareja perfecta. El rey era joven y muy guapo, pero la reina era la mujer más bella del mundo. Eran completamente felices juntos, llegando a ser la envidia de la gente de su alrededor.

Cuando llevaban 3 años casados, decidieron que sería bueno tener un hijo, ya que sería lo que les daría la completa felicidad, además así cedería al rey en el trono.

Finalmente tuvieron una niña, una niña llamada Olivia, tan bonita como su madre. Los reyes estaban contentísimos, por fin habían formado una familia.

Los tres eran muy felices, hacían muchas cosas juntos, eran días tan únicos y especiales que casi ni se dieron cuenta de la gran velocidad a la que crecía su hija.

Iban pasando los años, y finalmente llegó el día en el que los reyes decidieron que ya era hora de buscar un esposo a su hija, con el que compartir su vida y vivir felizmente. Después de esta decisión, se reunieron con su hija para comunicárselo, a lo que ella se extrañó ya que seguía siendo una niña, pero luego pensó que sería lo correcto por lo que aceptó.

Pero, lo que ella no sabía es que serían sus padres los que elegirían quien sería el elegido para ser nombrado su esposo.

Olivia pensaba que sería ella quien elegiría la persona con la que compartir su vida, pero al enterarse de que no sería así, Olivia se enfadó muchísimo.

Ella soñaba con conocer a un joven apuesto, guapo, simpático, atento, con el que poder divertirse y compartir gustos y aficiones, pero por el contrario el esposo que sus padres habían elegido era un hombre incluso más mayor que su padre, el cual tenía el pelo blanco y era un poco gordito, no era nada atractivo y además era una persona muy seria, con la que Olivia tenía claro que no se divertiría nada.

Olivia estaba horrorizada, por mucho que sus padres intentaran hacerla entender que era lo correcto, ella no lograba entender por qué tenía que ser así, llegando a odiar el tener que ser una princesa. Deseaba ser una chica normal y tener una vida lo más sencilla y corriente posible.

Al ver la insistencia de sus padres, y ver que su opinión no era nada tenida en cuenta, se le ocurrió la idea de retrasar el enlace el mayor tiempo posible.

Por lo que tras pasar una noche pensando como llevar a cabo su plan, a la mañana siguiente decidió ir a la habitación de sus padres y comunicarles su aceptación en llevar a cabo el enlace con su futuro esposo, pero ella también tenía unas condiciones que sus padres debían cumplir antes de llevarlo a cabo.

Los padres respiraron agusto ante la decisión de su hija Olivia y la dijeron que a cambio cumplirían esas condiciones que ella quería.

Por tanto, Olivia comenzó: me casaré con él con la condición de que me regaléis un vestido tan dorado como el sol, otro vestido tan plateado como la luna y otro vestido tan brillante como las estrellas”.

Ante esto, los reyes se miraron sorprendidos pero sin mostrar ningún tipo de preocupación la dijeron: “así será”.

Entonces el rey se puso manos a la obra y llamó a todos sus cortesanos, a los que les dijo: “me tenéis que encontrar el hilo de oro más puro y más brillante que haya porque le tenéis que hacer a mi hija un vestido tan dorado como el sol. Tenéis que buscar también el hilo de plata más fino que haya, más brillante que haya y más bello que haya porque le tenéis que hacer a mi hija un vestido tan plateado como la luna. Y tendréis que buscar la forma de hacer hilo de diamante porque le tenéis que hacer a mi hija un vestido tan brillante como las estrellas”.

La princesa mientras, respiraba tranquila, ya que pensaba que era imposible conseguir esos tres vestidos tan especiales que había pedido, pero después de un escaso año, los reyes se reunieron con su hija Olivia y le entregaron el vestido tan dorado como el sol, el vestido tan plateado como la luna y el vestido tan brillante como las estrellas.

Olivia se quedó alucinada por la rapidez en conseguir los tres vestidos, pero para alargar más la llegada del enlace, se le ocurrió rápidamente una segunda condición, diciendo: “bien, pero estos vestidos son para la fiesta y yo tengo un capricho que quiero que sea mi regalo de compromiso. Mi regalo de compromiso tiene que ser un vestido que esté hecho con toda clase de pieles. Con un trocito de piel de todos los animales que existen en el mundo”.

Los reyes sorprendidísimos se miraron, no entendían lo caprichosa que se había vuelto su hija de repente, pero finalmente el rey la dijo: “así será”, y volvió a llamar a sus consejeros, pidiéndoles que cazaran animales de todo el mundo para que le enviaran un trocito de piel de cada uno de los animales y hacer un abrigo con toda clase de pieles.

La joven estaba tranquila al ver que el abrigo pedido tardaba más en llegar que los tres vestidos anteriores, pero tras dos años, el abrigo estuvo terminado. Era un abrigo muy grande, el cual llegaba hasta los pies y tenía mucho vuelo, la princesa podía taparse entera con él. Además, tenía una capucha enorme con la que se podía cubrir todo el rostro.

La princesa cuando vio que sus padres habían cumplido todas las condiciones que ella había pedido para retrasar el matrimonio y que llegaba el momento de casarse, se metió el día de antes de la boda en su habitación, cogió un saco donde metió los tres vestidos: el vestido tan dorado como el sol, el vestido tan plateado como la luna y el vestido tan brillante como las estrellas, se puso su abrigo de toda clase de pieles, se pintó la cara y  las manos, ya que era lo único que quedaban al aire, recogió su pelo que era largo y rubio precioso y brillante, para que no se le viera debajo del abrigo y se escapó.

La princesa se tiró caminando días y días, pero tenía miedo de que sus padres la pudieran encontrar por lo que no se detenía por muy cansada que estuviera.

El caso es que un día estaba caminando por el bosque y de repente escuchó ruidos, por lo que se asustó y se escondió en una pequeña cueva. La joven no se quitaba por nada del mundo su abrigo de toda clase de pieles ya que tenía miedo de que alguien la viera y ser descubierta.

Pero uno de los hombres que se encontraba cazando, vio dentro de la pequeña cueva una especie de piel, por lo que pensó que allí había un animal y cuando decidió disparar ella gritó: “¡no, no, no, no me mates por favor, no me mates! Que soy humana, soy humana”

Ante los gritos, el hombre se quedó totalmente asombrado y preguntó a la muchacha que quién era, a lo que ella le contestó que no sabía que no lo recordaba, sólo repetía una y otra vez: “por favor no me mates, déjame seguir”.

Entonces, el cazador cuando la vio, que era casi una niña aunque estaba muy sucia y desmejorada, le dio pena y decidió llevarla con ella a un palacio lejano del lugar donde se encontraban, por lo que Olivia respiraba tranquila al saber que se alejaba del reino de sus padres.

Olivia, por más que la preguntaban quien era y cuál era su nombre, ella decía que no lo sabía, que no lo recordaba, y de hecho cuando la preguntaban por su nombre ella decía que su nombre era “toda clase de pieles”. La princesa tenía miedo de decir su nombre, por si la descubrían y volvían a mandarla al reino de sus padres.

Decidieron  darla una labor dentro del palacio, la mandaron a las cocinas para que ayudara al cocinero en sus labores, a lo que ella aceptó encantada, es más aprendió a  hacer mil cosas que nunca antes había hecho. Pero nunca se quitaba el abrigo de toda clase de pieles.

Un día Olivia vio por el palacio al príncipe de aquel país, era un joven muy guapo, atractivo,... Ella se quedó totalmente asombrada ante tanta belleza, y a partir de aquel día lo miraba desde las ventanas de las cocinas, pero nunca se había acercado a él, nunca había podido hablar con él ni nada, lo cual le encantaría ya que aunque nunca había tenido la oportunidad de coincidir con él, aquel muchacho la encantaba, y poco a poco notaba como simplemente con mirarle se iba enamorando de él.

Iba pasando el tiempo y llegó un día en que los reyes de aquel país, decidieron que el apuesto príncipe debería tomar esposa y como por tanto se preparó una fiesta con los típicos bailes de palacio, para que el príncipe seleccionara de entre todas las princesas de los reinos vecinos, a la que iba a ser su esposa. Se decidió llevar a cabo tres días de baile.

La primera noche de baile Olivia trabajo muy duramente, por el hecho de que tenía que salir todo perfecto en la fiesta, había muchos invitados y ella había tenido mucho trabajo. Cuando ya estaba prácticamente todo hecho y únicamente quedaba el baile, Olivia pidió a su compañero el cocinero si, por favor, podía asomarse un poquito por la puerta del salón porque nunca había visto un baile y quería ver cómo eran los bailes de palacio. El cocinero la dijo que vale pero que no tardara mucho por el hecho de que tenían que preparar el té que el príncipe se tomaba todas las noches antes de dormir.

Olivia fue corriendo a su habitación, se lavó, se peinó, se arregló, se puso corriendo el vestido tan dorado como el sol y se dirigió corriendo al baile. Una vez allí, se quedó embobada mirando al príncipe del cual estaba tan enamorada y éste se dio cuenta enseguida de su presencia. Iba guapísima y el príncipe sólo tenía ojos para ella, se acercó a ella y bailaron juntos muy agusto los dos.

Una vez terminado el baile, Olivia salió corriendo de allí para cambiarse de ropa, volviéndose a poner el abrigo de toda clase de pieles, recogiéndose el pelo, pintándose la cara, ya que tenía que volver enseguida a las cocinas.

 Al llegar allí, el cocinero la metió prisa para preparar el té, el cual hizo con mucho amor y una vez preparado, la mandó que fuera ella la que le subiera el té a su habitación al príncipe.

Cuando ella había huido de casa de sus padres, lo único que llevaba además de lo que había cogido, era un colgante que siempre llevaba puesto, en el que había tres joyas de oro. Una de ellas era un corazoncito de oro, otra era una flor, y lo tercero que llevaba colgado en la cadena de oro era el anillo de boda de su madre.

Al terminar de preparar el té, decidió meter dentro de la taza de té el corazoncito de oro y se dirigió a la habitación del príncipe, le dio la sopa, se despidió y se fue.

El príncipe se empezó a tomar el té, y cuando ya iba llegando al final se dio cuenta de que había una pieza de oro dentro de la taza, sorprendiéndole que a alguien de las cocinas se le hubiera podido caer un adorno de oro allí dentro. Entonces bajó a la cocina y le preguntó al cocinero que quién había hecho hoy el té, a lo que él mintió y contestó q lo había hecho él como siempre. El príncipe felicitó al cocinero por que el té estaba ese día más rico que nunca.

La segunda noche de baile, ocurrió exactamente lo mismo. Lo único distinto es que la princesa en vez de ponerse el vestido tan dorado como el sol, se puso el vestido tan plateado como la luna y se fue a bailar con el príncipe.

El príncipe en cuanto la vio se fue corriendo y le dijo: “¿Dónde estabas?, pensé que no ibas a venir,”. La princesa estuvo bailando con él, pero cuando vio que estaba terminando el baile hizo lo mismo que la noche anterior, salió corriendo para las cocinas, dejando al príncipe sólo y desconcertado.

Al llegar a las cocinas Olivia volvió a ser ella la que le hizo el té, poniéndole de nuevo muchas ganas y amor y subiéndoselo una vez más a la habitación. Esta vez le añadió la flor de oro dentro de la taza de té.

El principie al volver a encontrarse dentro de la taza una figurita de oro, comenzó a sospechar más aún de que algo raro estaba pasando.

La tercera noche del baile, la princesa le volvió a pedir permiso al cocinero para ir y se puso el vestido tan brillante como las estrellas. Cuando llegó al baile, se puso a bailar una vez más con el príncipe.

El príncipe tenía ya totalmente claro que quería casarse con ella, ella era la elegida perfecta, por lo que sin que ella se diera cuenta, el príncipe deslizó en unos de los dedos de ella, uno de sus anillos y lo dejó ahí.

Cuando llegó la hora de volver a las cocinas, Olivia se despidió del príncipe y aunque éste intentó retenerla, ella salió corriendo, y como se le había hecho más tarde que otros días, llegó a la habitación y nada más que se puso encima del vestido brillante el abrigo de toda clase de pieles, pintándose de mala manera la cara y las manos.

Tras prepararle el té, le metió en la taza la alianza de la boda de sus padres y se dirigió a llevarle el té al príncipe. Cuando entró en la habitación y fue a darle el té a éste, el príncipe le dijo que quería que se quedara mientras se tomaba el té para que luego se llevara directamente la taza.

La princesa estaba aterrada de que el príncipe la reconociera, pero se quedó allí esperando a que el príncipe se tomara el té.

El príncipe se fue tomando el té muy lentamente, degustándolo poco a poco y compartiendo con ella la buena opinión sobre la elaboración del té de los tres últimos días.
Cuando llego al final de la taza, el príncipe se encontró la alianza allí, miró a Olivia y la dijo: “es curioso, estos dos últimos días también me he encontrado dos figuritas dentro de mi taza. Ella se iba poniendo más y más nerviosa, ya que él se iba aproximando hacia ella mientras la hablaba.
Se acercó a ella y la dijo: “¿tú sabes lo que es esto?” enseñándola el anillo, a lo que ella asintió tímidamente.

Entonces, el príncipe que llevaba en la mano el anillo que había encontrado en la taza de té, cogió la mano de ella y le dijo: “pues es el compañero de éste”, mientras le enseñaba el anillo que le había puesto a ella en el dedo. Le quitó el abrigo y le dijo: “no sé quién eres ni me interesa, que vengas de donde vengas, lo único que sé es que quiero que seas mi esposa y espero que me aceptes”, a lo que ella le respondió que sí, se intercambiaron los anillos, se casaron y fueron felices para siempre.
       

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